A finales del siglo XIX, al elaborar los primeros colores a base de óleo reservados para sus clientes artistas, Gustave Sennelier había comprendido le necesidad de confeccionar sus preparaciones por medio de pigmentos de muy buena calidad, de orígenes cuidadosamente verificados y cuyos características químicas eran muy precisas. El respeto de estas exigencias permitía asegurar finalmente la conservación de los tonos originales y la perennidad de las obras de los artistas.
Hoy en día, aunque numerosos pigmentos desaparecieran por agotamiento de sus yacimientos naturales o fueron proscritos debido a sus toxicidad, el mercado propone una gran variedad de pigmentos sintéticos que igualan los resultados de los antiguos pigmentos minerales, tales como el Lapislázuli, el Cinabrio...
Por supuesto, todavía se extraen las tierras que poseen substancias procedentes de la acción de los elementos naturales sobre algunos minerales: así, los ocres son arcillas coloreadas por óxidos de hierro. Algunas tierras “quemadas” se obtienen por calcinación de la tierra de origen.
Al inicio del siglo XXI, Sennelier sigue siendo muy vigilante acerca de la selección de los pigmentos que utiliza en sus propias fabricaciones: Óleos y Acuarelas extrafinas, Pasteles blandos y al óleo. Esos mismos pigmentos son los que son propuestos a los artistas, que tienen entonces la posibilidad de dominar totalmente la preparación de sus colores con una finalidad precisa.